DE LA PINTURA CONCRETA A LA FORMA IDEAL
Jose Manuel Springer
En su más reciente obra Mariana Escribano da un salto de la experiencia más concreta, como puede ser la experiencia estética de un muro o un conjunto de láminas acomodadas en filas a la percepción de un juego de luces y opacidades que son resultado de la invención pura y de lo que se ha llamado autonomía de la pintura. El azar y la intencionalidad combinadas dan a sus obras una articulación exuberante de capas de pintura y color. Las formas quedan suspendidas dentro de una sensación de niveles de profundidad que obtiene con su depurada técnica.
Desde hace varios años, la autonomía de la pintura es el motor que impulsa la obra de Mariana Escribano. Sus obras no representan al mundo y lo real, aunque parten de fragmentos de éste. Tampoco son abstracciones en el sentido de que la artista no intenta con ellas separarse de una percepción sino, por el contrario, concentrar la vista en la experiencia del color puro. El efecto que buscan es concretar, dejar que la forma y el color -elementos básicos de la pintura- sean los que expresen, que en sí mismos contengan el decir. Significante y significado juntos llevan a la experiencia concreta de la pintura.
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La obra no tiene una asociación con el mundo externo, ni tampoco tiene un significado metafísico (el origen de la pintura), es decir, no representa nada más que a sí misma. A esto es a lo que se le llama experiencia concreta, producto de la invención pura, experiencia que proviene de la percepción y no del intelecto, de la retina y no de la mente. Entre la percepción y la invención hay una complicidad, Mariana Escribano pinta lo que ven sus ojos sin añadir interpretación alguna, guiada por la búsqueda del sonido del color, el compás de la forma, la música de la luz.
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El orden del mundo puede traducirse a las formas biomórficas, como la célula, y como el reflejo. Vistos microscópicamente las cosas pierden su contorno físico y se convierten en zonas de reflejos de luz. De forma similar, la pintora trabaja a partir de la luz, extrae de la blancura de la imprimatura de la tela los tonos y pigmentos que conforman el color y construye con ellos armonías cromáticas en círculos y esferas; su pintura produce un esquema de sensaciones lumínicas que nos estimulan al igual que lo hacen las notas y los acordes musicales.
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Iluminar significa animar la vida con luz. La pintura de Mariana Escribano parte de una relación con el orden esencial del universo, expresado en el círculo y la esfera, formas que simbolizan la creación y la expansión del mundo, desde las partículas atómicas hasta la de las galaxias que forman y el cosmos. La contemplación de sus obras crea la percepción de un movimiento entre el micro y el macrocosmos de la materia; el sistema de retículas y redes de círculos y puntos de colores proporciona estabilidad y un sentido de lo efímero, donde lo que interesa es la energía que mantiene la cohesión del conjunto. Un sistema binario La conformación del espacio pictórico caleidoscópico es resultado de una hibridación binaria: color y estructura, cohesionada a través de armonías y de choques de ambos. El resultado de estas interacciones está contenido en la forma externa de las composiciones circulares que se expanden sobre el campo de la tela. Con estos elementos la artista se lanza nuevamente a explorar los límites de la pintura: desde la aplicación física de la pintura a la delimitación de un espacio pictórico dentro de los ángulos del bastidor y la proyección de un espacio interior.
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La pintura que practica Escribano se convierte en medio que permite una observación panóptica dado que no está sujeta a la severidad del ángulo de fuga que plantea la perspectiva, y conserva la forma sinóptica, que hace posible abarcar el todo en un solo golpe de vista. Ambas características constituyen la exploración de la pintura desde su sintaxis, desde la forma en que se enlaza o se construye el plano pictórico.
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Dada la secuencia que existe entre las series de pinturas, algunas de las obras de Mariana Escribano pueden verse como estados de una sola obra. Pearl es en cierta forma el comienzo o el final de P-RE, puesto que es un juego de colores vibrantes entre círculos de color complementario y blancos brillantes forman una estructura externa, se continua cíclicamente entre ambas obras. En algunos casos excepcionales -por ejemplo en C-U- los cuadros hacen referencias a la historia y la tradición pictórica, cuando la artista borra con lija la superficie pictórica para producir el efecto de un desgaste del color o la interposición de la superficie sobre la figura de colores. Estos efectos colorísticos recuerdan los del Puntillismo de Seurat. No obstante, la percepción en las pinturas de Escribano resulta más pura, dado que los puntos parecen rechazarse unos a otros, manteniendo su autonomía como parte de una capa o una textura específica, mientras que en el Puntillismo los círculos se suman para generar un otro tono por adición.
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La experiencia de la pintura sigue siendo un ejercicio del ojo recorriendo la superficie ordenada de un cuadro. En ese pequeño espacio que recorre la luz entre la superficie de la pintura y la retina, existe todo un universo de posibilidades que impulsa a Mariana Escribano a trabajar siguiendo los dictados de su obsesión por la pintura.